domingo, 23 de octubre de 2011

Solo porque sí


Lo quería ahorcar; matarlo en el senderito de mi memoria. "¡Pinche puto!”
¿Algúna vez has querido matar a alguien, ó algúna vez has matado a alguien? "Matamos lo que amamos", como dijo Castellanos, la Diosa del llanto que reverbera bajo las cunetas de mis ojos. Tal vez por eso matamos a Dios. A pedradas y con clavos.
Me encontré un clavo cuando iba caminando por la zona Rosa y unos chavos de la calle le gritaban "Nalgona" a mi amigo McWick mientras caminábamos de una banqueta a otra. "JC clavos", venía rotulada la piececita de metal. Dos cosas me vinieron a la mente. 1. Masturbarme 2. Clavarle un clavo directo en la sien, salpicarme la cara con el chisguete de plasma y claro, lamerla. ¿A quién? Al mismo vato que quería ahorcar para deshacerme de su hilo insistente regado en mi memoria en el que lo llamaba "¡Pinche puto!" con poco odio y mucho cariño.
"Bueno" Me interrumpió McWick, mi amigo brujo, "¿y por qué lo odias tanto?". Sentí una cascada invadiendo mi garganta que unos días antes había sido quemada por su semen.
"Primero: Lo odio porque tiene el semen más ácido que he probado, le dije, con ganas de escupir cualquier idea de posibles residuos de su meco en mi boca (o tal vez queriendo tragar cualquier residuo para sentir una vez más su sabor quemarme la tráquea). “Segundo”, le dije, pero no pude seguir hablando, la cascada prometía ir hacia el abismo e inundarlo hasta desbordar el caudal de sentimientos que disfrutaba de mantener compactados en un baúl tras mi boca. Me distraje pensando en el último orgasmo. Mi último orgasmo había sido nada más y nada menos que con la persona de la que hablaba, de ese pinche puto a quien quería degollar para probar el sabor de sus entrañas. Tal vez por eso lo odiaba en mi mente -(¿se puede odiar en algún otro sitio?)- pensé, y McWick interrumpió la nube que ya se formaba sobre mi cabeza repleta de mis pensares.
"¿Y la segunda?" preguntó con su acento de calle, de Testigo de Jehovah homosexual que portaba muy bien el par de nalgas por las que en la calle los chavos le habían gritado nalgona hacía unos segundos y el había parecido ignorar.
"¿Alguna vez has querido matar a alguien?” le volví a preguntar muy seria.
"Pues claro" me dijo, "al ojete de mi padre, pero ese wey sí era muy pasadito de huevos" dijo McWick sintiendo el atraco en la boca dilatada de su ano.
"Okay”, dije, "a mí este wey no me violó McWick, pero dime algo, ¿amas a tu padre?"
"Pos claro, ese wey me dio la vida" dijo, conflictuado.
Me reí de la ironía a la que había llegado nuestra conversación.
Amamos lo que odiamos y tal vez el amor y el odio son la misma cosa: yo frente al espejo; él sobre mí, jadeando.

1 comentario:

luz andrea dijo...

te amo beibi : ) )
soy tu fans


PINCHE PUTO