jueves, 18 de marzo de 2010

Mister Wir

MISTER WIR
Modif. Mar 29 2011

No le tomó por sorpresa que su café de madrugador le hablara. En la radio todas las estaciones y los locutores hablaban de “Estucio”, el nuevo planeta que habían encontrado en el espacio.
-“¡Estamos Salvados!”, gritó una sabandija de voz chillona en el 47.2 FM.
A él no le importaba, sínicamente apagó la radio y subió a la azotea de su edificio gris. Pensaba en muchas cosas y recordó lo que su café le había susurrado en la mañana: Era cierto.
Estuvo viendo el horizonte del planeta tierra, la verdosidad de los árboles a lo lejos y el bosque que rodeaba la soledad de su edificio gris.
Su mente vaga se detuvo en pensamientos de cosas por las que algún vez había sentido culpa, sin embargo, el recorrido de su camino de jengibre le había hecho olvidar esa sensación. Ya no sentía vergüenza al mirar su reflejo, ni al mirar las líneas truculentas de sus manos que creía ser el único con el poder de leerlas. La mancha de sangre de todos los faisanes, ya no estaba cuando miraba sus palmas, ni al vislumbrar el cielo; ya no era indeleble.
Se sintió solo mientras la competencia de estrellas comenzaba entre las nubes. Intentó pensar en nada y recordó que siempre había estado solo en su castillo edificio gris y al mirar los lirios mohosos en las paredes logró sentirse acompañado por un instante fugaz.
Después de ese momento que se apareció tan breve, ya nada parecía feliz. Todo se desordenó en su mente, se imaginó Estucio rodando alrededor de la órbita solar, el nuevo planeta chorreaba sangre que flotaba con inercia hacía el fuego del sol. Su apetito se abrió, voraz y el solitario emitió un gemido similar al de un orgasmo. Su apetito se abrió más y más tanto que comenzó a imaginar hermosas mujeres de tez blanca y pechos carnosos. Saboreó incluso el deleite de su piel desmenuzándose bajo el yugo de sus muelas. Pudo esbozar toda la carne intacta que en unos meses Estucio resguardaría de sus maneras tan primitivas…Carne fresca. Una mancha de sangre apareció en su cielo.
-“Nunca vas a dejar de pensar”, recordó lo que su café de madrugador le había murmurado.
Su desesperación no fue fácil de controlar esta vez. Cuando la noche cayó sobre él después del goteo del cielo ácido sobre la ciudad, se encontró náufrago de él mismo. En el refugio de su azotea, encontró un charco bajo un faro que reflejaba un sujeto depredador de una raza en peligro de extinción. Primero pensó en la voz chillona del 47.2, luego pensó en su café, al último no pensó más y la sangre chorreó desde sus labios, mientras pellejos rojizos de su propia carne saltaba de su boca al charco de agua ahora rojiza.

Renata Villarreal Tommasi